miércoles, 12 de junio de 2013


Para entrar al Paraíso 
Por Priscila Hernández Flores



Pablo Lecuona entra al espacio terrenal donde dirige la primera biblioteca digital para ciegos de habla hispana. Camina sin bastón, conoce de memoria la oficina, llega después de dormir mientras la biblioteca, creada por él, no cerró. Pablo en las coordenadas de Buenos Aires y la biblioteca en la omnipresente internet.

“Yo siempre me he imaginado el paraíso bajo la especie de una biblioteca”, dijo el escritor Jorge Luis Borges. Entonces, el paraíso borgiano está al lado derecho de Pablo, apenas un procesador de menos de un metro de altura en el que parpadea una luz verde, la señal del ir y venir de libros digitales que serán leídos después por un programa lector de pantalla que, a través de un procesador de voz, vuelve audibles los contenidos. Borges al ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de Argentina ya había quedado ciego. Con respecto a su ceguera dictó una conferencia sobre los autores que, como él, compartían la misma discapacidad, desde Homero hasta John Milton; dijo: “Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos, entonces escribí el poema de los dones: Esta declaración de la Maestría/ De Dios que con magnífica ironía/ Me dio a la vez los libros y la noche, la incapacidad de leerlos”.

Tiflolibros sería para Borges ese paraíso con las herramientas para que la incapacidad se desvanezca. Éste sería su Edén, como lo es para los más de 6 mil usuarios ciegos y débiles visuales de más de 15 países. Un biblioteca gratis con 43 mil libros, que cada día aumenta, de la que se descargan 391 libros al día.

Pablo, con cabello largo y barba, sonríe al reconstruir el origen de ese paraíso. Habla de su infancia cuando su hermana, su primera lectora, le hizo imaginar las aventuras de Robin Hood, o “cuando era chico veía un poco y miraba la letra grande, era esta cosa de querer leer”. Después, cuenta cuando trabajó en la Biblioteca Argentina para ciegos grabando a voluntarios que leían para producir audiolibros. Hoy en Tiflolibros tiene mil veces los libros que en la Biblioteca Argentina graban en un año, 40 libros. Ni decir del braille, que es tres veces mayor que un libro en tinta; Pablo no rechaza el braille, pero reconoce las ventajas de la tecnología.

El parpadeo de la luz

Tiflolibros inició con 18 amigos ciegos o débiles visuales. “Cada quien empezó a escanear, a compartir por disquete sus libros, con internet descubrimos el uso de las listas de correos. Alguien propuso compartir nuestros libros”, recuerda de aquel 1999. De los correos con una lista, indicando quién tenía libros para compartir, pasaron al primer sitio web en 2000. Pablo, un referente en las bibliotecas accesibles del mundo, insiste que para descargar material en Tiflolibros se debe ingresar con un certificado de discapacidad. La mayoría de los títulos concedidos por autores o editoriales son por el “Derecho de Excepción”, que permite que “los libros sean reproducidos sin pagar derechos o pedir autorización, siempre y cuando sean para usuarios con discapacidad, de forma no lucrativa y de formatos específicos”.

Planeta fue la primera editorial en ceder títulos. “El bastón abre puertas”, dice Pablo al recordar la presentación del escritor Ernesto Sabato. No hablaron con él, pero la editorial les dio tres disquetes con su obra. Después le dirían a Pablo que “Mario dice que sí”, ese Mario era Mario Benedetti; Juan Gelman también se sumó, le siguió Alfaguara, que autorizó que los cronopios de Cortázar estuvieran en la biblioteca; a la obra de Borges se accedió por sus abogados. Pablo conserva un correo electrónico de Eduardo Galeano, en el que acepta darle sus libros.

En ese paraíso hay literatura, ensayos, diccionarios y partituras musicales. Pablo Neruda, Isabel Allende, Ray Bradbury, Gabriel García Márquez y Dan Brown están en Tiflolibros. Al incrementar el número de libros digitales Pablo espera que la única barrera para un ciego, como para una persona sin discapacidad, sea el tiempo para leer.

—¿Crees que la lectura pueda ser una luz? —le pregunto.

—No me gusta llamarle una luz, porque suena muy iluminista. Más que una luz es una ventana, una ventana que desde el lugar donde estás te asomas a otros lugares, a otras realidades.

Desde esa ventana, que también puede ser una puerta para entrar al paraíso, Pablo Lecuona calla mientras otro libro se descarga.

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