jueves, 27 de febrero de 2014

EL MARATONISTA QUE LLEGA AL ÚLTIMO



Aún cuando pierdes, ganas. Con esa actitud va por la vida el corredor venezolano Maickel Melamed. La historia de este hombre con discapacidad motora que presume en su cuenta de Twitter que es economista, psicoterapeuta, coach, conferencista y ¡atleta! es más que evidencia
SE PUEDE. Pintar una barda o correr un maratón, reír aunque la distrofia impida mover músculos del rostro. Para Maickel todo es posible. (FOTO: CORTESÍA MAICKEL MELAMED )

POR JOSÉ LUIS TAPIA. FOTOS CORTESÍA MAICKEL MELAMED
| DOMINGO, 23 DE FEBRERO DE 2014 | El universal  
Maickel Melamed (Venezuela, 1975) pudo haber muerto ya. Al menos en dos ocasiones: a los siete días de nacido, como lo pronosticaron los médicos que le ayudaron a sobrevivir cuando nació. La falta de oxigenación le trajo un retraso motor en su médula espinal. No se detectó a tiempo que el cordón umbilical venía enredado en su cuello. Tampoco que la bomba de oxígeno para mantenerlo vivo al nacer estaba vacía.

Luego, pudo morir a los 12 años. De tristeza. La frase que le dijo su madre después de reunirse con los médicos que lo trataban fueron rotundas, por eso las identifica como el peor momento de su vida: "Nunca llegarás a ser normal". ¿Y quién determina las características de la "normalidad"?

En efecto, Maickel es un hombre diferente. Como todos. Ya corrió, con ese cuerpo aparentemente frágil y rígido, tres maratones. Este domingo 23 de febrero va por el cuarto: el de Tokio. Está por cumplir su reto de cubrir un ciclo de cinco. Ya completó Berlín, Nueva York y Chicago. Después del japonés, irá por Boston. También ha subido montañas, una de ellas, el Pico Bolívar, en su país natal, con 5,007 metros de altura.

Realizó una licenciatura en Economía. No ejerció porque en el camino decidió trabajar en un propósito de vida: ayudar a otros a ser mejores de lo que creen que pueden ser. Así que se enroló en el trabajo con organizaciones juveniles. No es ningún improvisado. Se formó como psicoterapeuta Gestalt, lo que le ha permitido desarrollar una carrera como conferencista y facilitador. Ya lleva una década de experiencia en ello.
INSPIRACIÓN. Durante una década, el deportista venezolano también ha motivado a cientos de personas.
Sí. Maickel  es consciente de su diferencia, de la diferencia de todos. Sudistrofia muscular —o hipotonía general del cuerpo—, que lo condenaba "a ser una masa inerte sin posibilidad de movimiento", ha logrado todo lo que se ha propuesto. De hecho, aunque no puede reír porque sus músculos faciales están congelados, sí puede sonreír desde dentro y provocarlo en sus interlocutores. No puede partir con sus manos un trozo de tocino para el desayuno, pero sí puede mover conciencias y "trabajar por la paz y el desarrollo de los niños" de Venezuela a través de la Fundación Posible.

El 13 de octubre de 2013, Maickel terminó el Maratón de Chicago en último lugar. Lo hizo 17 horas después de haber iniciado y 15 detrás del ganador en la rama varonil, el keniano Dennis Kimetto. No fue su mejor tiempo. Berlín lo terminó en 14 horas con 20 minutos, Nueva York en 16 con 46 minutos.
Pero su imagen inundó los noticieros y periódicos anglos y latinos de la ciudad. Nadie fue indiferente a su esfuerzo a pesar de que la noche ya había caído. En algún tuit de entre tantos con el hashtag #ChicagoMarathon que se escribieron ese domingo, supe de él.

Un par de meses después lo encontré en un hotel del aeropuerto de la Ciudad de México. Estaba de paso en su camino de regreso a Caracas tras una conferencia en una empresa veracruzana. Desde el desayuno mismo es posible darse cuenta de cómo trabaja Maickel con su equipo. Perla Sananes, directora de la Fundación y su eterna acompañante, parte el tocino en su plato, que él recoge con el tenedor en su mano izquierda. No es un movimiento sencillo, pues ninguno de sus brazos funciona como el de cualquiera de nosotros. No los puede estirar por completo, ambos están —siempre— arqueados. Tiene que agachar la cabeza casi hasta tocar la mesa con la barbilla para hacer menos complicado el traslado del alimento hasta su boca. Pero lo logra. Lo mismo con los panqueques, a los cuales Perla ya les ha untado mermelada de fresa.

Necesitar del otro es un privilegio para Maickel. Necesitó de su familia, que desde un principio decidió no tratarlo de forma diferenciada, en un ambiente de confianza y optimismo, sensaciones que hoy proyecta. Necesitó de doctores y quienes lo ayudaran a desplazarse de un sitio a otro hasta los 34 años, cuando pudo subir su primer escalón por cuenta propia y comenzar a caminar valiéndose del cuerpo que los doctores habían desahuciado.

"Es un privilegio necesitar del otro porque al final descubres que lo necesitas y te permites hacerlo; gracias a esto creas conexiones por todos lados, y eso es una belleza en un mundo donde te dicen que tienes que ser fuerte y autónomo, donde parece que quieren eliminarte esa posibilidad".

Su fortaleza es ser "parte de un equipo grandioso", como lo califica. Si hay un éxito o algún desafío, es del equipo. Eso le permite descubrir su propia inmensidad y compartirla con otros, "porque no se descubre la grandeza si no la quieres compartir. Acá venimos a compartir, conectar, a interactuar".

Para el maratonista, construir grandes cosas en solitario no es posible. Ése es el mensaje que lleva a sus conferencias ante equipos de alto desempeño, aunque aplica para todos. Está convencido de que la productividad como seres humanos viene del trabajo en colectivo, sólo así ve posible tener familias, comunidades, países, continentes también de alto desempeño. Si queremos hacer poquito —agrega— somos bastante fuertes como individuos, "pero si queremos soñar en grande nos necesitamos los unos a los otros y creo que eso es una decisión que el mundo debe tomar".
En 1999 la provincia costera de Vargas fue destruida por el peor desastre natural en la historia de Venezuela. Un alud arrasó con más de 15 mil viviendas, mató a más de 30 mil personas, dejó desaparecidas a otras 15 mil. Maickel tenía 24 años y una enorme frustración por no poder ayudar. Quienes sí hacían cargaban víveres, agua, movían y levantaban escombros en busca de sobrevivientes, nada que él pudiera hacer. Su cuerpo no se lo permitía.

Entonces se descubrió sin "sentido vital", algo que no quería en su vida. "O busco lo que tengo para aportar o no tengo sentido para vivir. Ahí fue como un hito en mi vida, decidí buscarme, encontrarme y superar todas las pruebas y los túneles oscuros para poder ver la luz de lo que soy y aportarlo".

Hoy Maickel vive así, lleno de convicción de que "venimos (a la vida) a tener sentido", no a acumular cosas, personas ni tareas, títulos o cargos, sino a compartir, a ser trascendentes, a ser útiles, básicamente. Somos conscientes o no de ello. "Si no lo eres, el cuerpo lo somatiza de alguna manera y te da una lección de vida que te permite concientizarlo, es un tema natural. ¿Cuántas historias no hay de aquellos que tuvieron que vivir —ni Dios lo quiera, se interrumpe a sí mismo—, un tema físico, para descubrirse?".

Por eso él siempre recomienda: no esperemos, no hay tiempo que perder. Podemos ser mucho más de lo que somos cotidianamente. De hecho ese es el gran desafío: hacerlo en la cotidianidad para hacerlo sustentable.

"Ésta es nuestra mayor invitación: ser felices y trascender. No es un tema de salvar al mundo, sino de salvar a tu mundo, el que nos rodea a cada uno, pero trasciende al mundo global".
VICTORIA. Perder también es ganar. Maickel lo demostró corriendo el Maratón de NY aún llegando en último.
Desde la tragedia de Vargas, la vida de Maickel comenzó a cambiar. No recuerda cuándo exactamente sucedió el siguiente hecho, que para alguien en su condición significaba tanto como llegar a la cima del Everest:

Ya había decidido correr un maratón y empezar a entrenarse. Ásí que un día del año 2009 —diez años después de Vargas y tres antes de correr en Nueva York— sin pensarlo y sin ayuda, pudo subir el primer escalón de su vida. Treinta y cuatro años después de moverse sólo cuando los brazos de alguien más o a una silla de ruedas se lo permitían. Se demostró a sí mismo que su cuerpo frágil y limitado podía hacer cosas increíbles. No se trataba de un escalón nada más, sino de ser libre en un mundo lleno de escaleras.
"Intenté subir el segundo ya conscientemente y fíjate qué loco, cuando uno lo hace así aparecen los miedos, pensé: 'me voy a caer…'  increíble, pero con mucha conciencia lo hice y lo logré… ¡guau, que loco esto!!! ¿Desde cuándo habría podido hacerlo? No sé, pero de lo que sí estoy seguro es que fue a partir del entrenamiento físico que agarré cierta fortaleza".

Después de tres años de entrenamiento llegó el maratón de la Gran Manzana, donde tuvo que pagar su dosis de sufrimiento, como cualquier otro maratonista. "Sentí dolores insólitos bajo un frío inverosímil"
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